Propuesta 17: pies

¡Pies!: a escena

Sentado a la mesa en la que escribo observo los pies de la gente que camina por la acera. El tragaluz de la habitación está a ese nivel. No he podido encontrar otro alojamiento que se ajuste a la cuantía de mi beca para estudiar Arte Dramático en Londres.

Pierdo el tiempo. Mi nivel de inglés no es tan bueno como me parecía en España. Mi profesora de declamación me detesta porque no puedo prestar atención a la entonación, a la postura, a la gestualidad, cuando estoy demasiado pendiente de la pronunciación de las frases.

Llevo mejor el mimo y la expresión corporal, donde no hay recitativo, y me gustan mucho las lecciones de escenografía, iluminación, sonido y efectos especiales. Quizás solo por esto  haya merecido la pena haber venido.

Salgo poco porque no tengo dinero y me quedo todo el fin de semana en mi cuarto; entonces me distraigo mirando los pies de la gente, observo los pasos y trato de imaginar el resto del cuerpo.

Los pasos cambian a lo largo del día, no se camina igual por la mañana que al anochecer, ni cuando hace frío o cuando luce el sol. Los pasos son a veces acelerados, rápidos, otras titubeantes, inseguros, cansinos. Los hay airosos, prepotentes y firmes, y los hay tímidos, como tratando de no hacerse notar.

Y los pies, ¡ah, que variedad!: grandes y pesados calzados en zapatones enormes, delicados con bailarinas de color vivo, deformados por los años o armónicos, y pies pequeños, de niño, que trotan siguiendo a los pies de un adulto.

A veces, cuando observo que la luz de mi habitación ha disminuido, miro hacía arriba porque sé que dos pares de pies se han parado delante de mi ventanuco.

Ahora hay un par de botas de calidad, de suave y lustroso tafilete marrón, con su medio tacón elegante y discreto, que permiten que las piernas se sostengan bien asentadas,  pegadas firmemente al suelo.

En frente, unos falso cocodrilo que emite brillos plastificados entre las rozaduras del uso y que encaraman a las pantorrillas sobre unos tacones imposibles se mueven inquietos e inseguros.

Las botas parecen avasallar al símil reptil, retroceden de vez en cuando los altos tacones tambaleándose un poco. Después se alejan, despacio, como tratando de que no se escuche su repiqueteo a lo largo de la acera. Las botas esperan un poco, y luego cruzan orgullosas la calzada.

Pienso que también los pies comunican cosas, que no solo hay que prestar atención a las manos en la interpretación dejando a las piernas y los pies el secundario papel de sustentar la postura del cuerpo.

Entonces imagino que mi tragaluz es el escenario, y que los personajes únicamente deben mostrar sus pies y con ellos tratar de trasmitir una emoción y contar una historia al espectador.

Me decido a elaborar esta propuesta como trabajo de fin de curso, he de convencer a mis compañeros de efectos especiales  para que creen la atmósfera musical y  de iluminación que permita que el público solo contemple los pies de los actores que serán los de mimo y yo mismo “pateando” la historia que quiero contar.

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Hemos trabajado duro para estos quince minutos de tensión contenida, los focos de colores siguen el movimiento de nuestros pies que se cruzan, se separan, se enfrentan, se relajan o se inquietan, la música subraya la acción pero son nuestros pies los que lo dicen todo.

Se  hace el silencio, ahora los actores nos mostramos inmóviles sobre el escenario esperando el veredicto del público.

Del patio de butacas comienza a lazarse un rítmico rumor que va convirtiéndose en un sonoro pataleo. En los rostros hay sonrisas y guiños de complicidad

El intenso golpear de los pies de los espectadores sobre el parquet suena como una cerrada ovación.

Carmen López.- Denia, diciembre-08

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